SICALIPSIS (VIII)

Las cuatro paredes que contienen ya no resisten,
el éter se turbó,
solo resta la consumación…

Los gemidos tenues escapan de las bocas,
los vientres se levantan,
las espaldas se arquean y las lenguas relegadas continúan enredadas…

De la furia de los cuerpos emerge una fina lluvia salada,
sin dejar de rugir las ansias que veloz todo lo desvanecen…
Morfologías desintegradas en una pálida luminiscencia blanca,
relajados fingen no tener huesos...

Y aunque la conciencia todo lo devuelve a la realidad,
lo vió contemplarla con excitación y
quiso correr y esconderse envuelta en dudas,
la estancó el delicioso latido incandescente entre sus piernas…

Dos extraños conociéndose,
junto al tiempo inexorable que todo lo consume…

¿Se escuchan los pensamientos cuando se mezclan con el deseo de sentirse amado?

¿Perdura el anhelo de ligarse luego de saciar el deseo?

Tal vez sólo concibe la certeza de su corazón arrebatado que como un eco proclama:

“…ahora cierro mis ojos, quiero que me beses, quiero que palpes ciego el filo de mis piernas, quiero tus ojos voraces, tus dientes asesinos; entregarte el alma con un susurro de brumas acariciadas y dejar que salte hacia tu sangre el animal que acecha preso en mis pechos.

Necesito la húmeda urgencia de que cada noche es nuestra, para saber que estamos vivos; quiero que me devores con voracidad y que florezcas entre mis piernas, afiebrarme en vos, morir al sentirte recorrer mi cuerpo lleno de sobresaltos y desprender juntos verbos inimaginables…”

Lo llama?

Lo inventa?

No encuentra siquiera la sombra de su sombra…
Y al fin todo palidece…
Menos el tiempo que como un animal se revuelca en la piel, rompiéndola...

Divididos "Soy quien NO ha de morir..."